domingo, 26 de julio de 2009

Chocolate


4 comentarios:

  1. Hoy toqué a tu puerta en face por primera vez y un rato después me invitaste a tu blog. Ya sabía de tus caballos. Si de face al blog llegué montada en un caballo blanco envuelto en amarillo. Pero entonces leo Chocolate, veo esta foto, y de pronto soy una niña otra vez. Una niña en una playa vacía después de un temporal. Esa vez no había ningún lobo que no pudo con el mar , ninguna tonina con marcas y restos de redes incrustados. Sólo algo de resaca, todo parecía en paz. Pero entre dos médanos donde a veces, si llovía mucho, llegaba un arroyo a juntarse con el mar, lo ví. Tenía el pelo rojizo y las ancas robustas, era alto, la cola oscura y larga se movía con el viento. Estaba rígido y parecía un escultura tumbada de costado y que alguien había olvidado allí. El arroyo ya se había retirado. Cómo puede ahogarse un caballo? pensé. Si él, que era grande, fuerte, ágil, podía ahogarse... Desde que lo ví, la soledad buscada se me volvió hostil, nunca había sentido algo así. Nunca antes había sentido la muerte tan presente, a solas, imponente, junto a mí. Me fui de la playa en busca de la vida, aunque ya nada era igual, por supuesto. Aquí hice lo mismo, me fui en busca de tus colores y de tus caballos briosos o somnolientos. Pero tuve que volver para contarte esto. El arte y los ciclos de la vida son así, nos modifican. De alguna manera, algo deja de ser como era.
    Un beso,
    Patricia

    ResponderEliminar
  2. Algo deja de ser como era.
    Tal cual.

    Esta foto es, de alguna forma, la continuación a un post que hice el mes pasado:

    http://myaferrando.blogspot.com/2009/06/cancion-de-verano.html

    Gracias por tu comentario.
    Y de a poco me doy cuenta que algo que deja de ser como era, es realmente como es.

    ResponderEliminar
  3. Es cierto, lo que ha mutado es lo que es.
    Es la memoria de todas las muertes y renacimientos permanentes la que se alimenta del cambio. Es todos al mismo tiempo y nunca es igual.

    La otra vez, antes de escribir en este espacio, visité tu mes de junio.
    Quería ver de dónde venía lo que estaba viendo y leyendo en julio.
    Ahí me encontré con la historia de tus caballos. Además no podía pasar por alto que más allá del color y la forma, hay pinturas de caballos con sus pancitas abiertas como una flor.

    Te conté aquel recuerdo porque se me vino encima (pensar antes de actuar no es mi fuerte). Además esa imagen me acompañó siempre, imborrable.

    Por eso, fue como un requiem para aquel caballito, que estuvo solo hasta que yo llegué.
    Recién me doy cuenta de que eran los años 70.

    ¿Ves? Vuelvo a lo mismo, la belleza de hoy es como es.

    ResponderEliminar